Las tradiciones
Había sido el típico día de Julio en la villa de Cantalpino, el aire seco hizo imposible salir de casa salvo para ir a la piscina, la cual año tras año iba perdiendo su misión y ya no era tan común que se llenara tarde tras tarde de niños y no tan niños que buscaban aliviar el calor dándose baños interminables.
Año tras año era menos común encontrarse con grupos de niños que quedaban para ir a la piscina con su bocata de media tarde, ver a las peñas empezar a preparar su local un mes antes de las fiestas, ir al pabellón a jugar el partido de frontón previo a la cena o la quedada nocturna en el parque solamente interrumpida por ir a parar alguna lluvia…
Este pensamiento me invadía según avanzaba camino de la plaza y observaba como adolescentes se sentaban frente a la biblioteca con su móvil, buscando esa señal WiFi para poder comunicarse con sus amigos, buscar algún Pokémon o simplemente pasar el rato. Era curioso porque aunque se sentaban juntos, casi no hablaban entre ellos, solamente para enseñar alguna foto, alguna conversación o simplemente para pedir la clave WiFi.
Al pasar junto a ellos no pude por menos que preguntarle si se divertían, si no creían que había otra cosa mejor que hacer que estar enganchado a su móvil o tablet… ellos levantaron la vista y me miraron con cara de asombro. Tras una breve pausa, uno de ellos se dirigió a mí y me dijo que allí no molestaban a nadie y que no se le ocurría nada mejor que hacer. Me invadió la tristeza en el momento que escuché esas palabras: “No tengo nada mejor que hacer”.
–¡NO HAY NADA MEJOR QUE HACER! –grité de rabia en mi interior, lo que daría yo por volver a esa edad y volver a pasar por esos momentos de felicidad.
Decidí calmarme, respiré dos veces y empecé a enumerarle las múltiples posibilidades que un pueblo les ofrecía en verano: montar en bici por los caminos, ir al pabellón a ver los partidos de los mayores, jugar al frontenis, bajar al parque y contar historietas mientras comen bolsas de pipas, ir a robar sandías, buscar cortinas en otros pueblos para decorar la peña, preparar la indumentaria para las fiestas…
Estuve hablando durante un buen rato, los chicos me miraban con cara de asombro sabedores de la chapa que les estaba pegando aquel desconocido. Al acabar, tras asimilar toda la información que les había transmitido uno de ellos me preguntó si de verdad antes la gente hacía todas esas cosas, que cómo podíamos haber vivido sin móvil. Les expliqué que antes era muy común ir casa por casa buscando a los amigos, que según entrabas sus padres te ofrecían siempre algún postre rico mientras esperabas al tardón de turno. Les conté como era muy común ver gente esperando en la plazoleta de la cabina para poder llamar a su novi@ que estaba a punto de venir para la fiesta.
Según hablábamos me daba cuenta de que a pesar de escucharme, no entendían, pues no se imaginaban una vida sin móvil. No entendían como se podía tener novia hablando con ella una vez al día, no entendían como podíamos quedar o preparar algo sin un grupo de WhatsApp. Para ellos ahora mismo todo se soluciona con los datos del móvil que te permiten acceder a todo.
Me despedí de ellos y me dirigí al bar dónde había quedado con mis amigos para jugar la tradicional partida de verano. Pedí un té frío y me senté a esperar a la gente dándole vueltas a todo lo que había hablado con aquellos chicos.
Empecé a pensar en juegos tradicionales o maneras de diversión alternativas para aquel grupo de jóvenes que rodeaban la biblioteca en busca del WiFi, saqué mi móvil y busqué en google: “Maneras de divertirse en un pueblo en verano”. Automáticamente me saltaron un montón de páginas donde te explicaban juegos, actividades, rutas en bici… tras unos minutos buscando información, leí una frase que hizo detenerme en seco.
–SOMOS EJEMPLO PARA NUESTROS NIÑOS.
Levanté la vista, y vi que de los 25 que estábamos sentados en la terraza, más de la mitad estábamos enganchados al teléfono sin atender a la persona que estaba a nuestro lado, sin entablar una conversación, sin preguntarle qué tal le había ido el día.
Pensé como antes de salir de casa había escrito al grupo de la partida diciéndoles que salía de casa para que se dieran prisa. Pensé en cómo había escrito a mis padres avisándoles de que compraran pan para mañana y por último, pensé en que mi móvil mientras hablaba con ese grupo de chicos, no había dejado de sonar avisándome de los mensajes sin leer que tenía.
Según recordaba todo esto, me fijé en ese grupo a los que había intentado aleccionar antes, aquellos a los que había querido dar ejemplo y cambiarles sus hábitos y me di cuenta de que poco se podía hacer si ellos al mirar cada noche la terraza del bar, veían a sus referencias pegadas al móvil sin prestar atención a la persona que tenían al lado.
David Martín Castro