Cómo le conocí
Se aproxima por detrás. Sus pasos son lentos y silenciosos. Le noto cada vez más cerca hasta que siento su piel junto a la mía. Entonces, me susurra al oído; su ternura no tarda en recorrer mi cuerpo cuando un cálido abrazo me hace retroceder en el tiempo.
Tenía veinticinco años cuando le conocí. Aquella noche elegí vestirme con un pantalón largo y camiseta de tirantes. El pantalón era ancho, de color crema y tenía muchos bolsillos -aún lo conservo en el armario-; me resaltaba sutilmente la cadera. La camiseta al igual que las gafas –rosa pálido– atenuaban mi tez morena. Lucía un pelo ondulado, sedoso y largo hasta la cintura.
Ya que hacía tiempo que no disfrutaba de una noche de baile y diversión, en el momento que una amiga me propuso salir de fiesta, acepté sin titubear. Quedamos por la noche en casa de su abuela y desde allí, sus padres nos llevarían a algún sitio.
Deseosas de partir elegimos como destino ir a Fuentelapeña. Al llegar observamos un vacío casi inexplicable en las calles. Ojeamos un cartel de fiestas que había en una pared. Por desgracia, había corrida de toros esa noche. Nos quedamos algo decepcionadas; pero, no perdimos la esperanza y buscamos una segunda opción. Otra vez, muy ilusionadas fuimos a buscar la ansiada fiesta en Cantalpino.
¡Qué emoción! Oíamos la música nada más entrar en el pueblo. Bajamos del coche y nos despedimos de sus padres. –¡Tener cuidado! ¡No os vayáis con nadie! –nos dijeron antes de alejarse–. ¡Con quien nos vamos a ir!, ¡no conocemos a nadie!, y en un pueblo… ¿qué puede ocurrir? –pensé.
Como dos colegialas fuimos en busca del ritmo. La música se oía muy cerca pero todavía no se veía nada. –¡Vamos a la plaza! –gritó mi amiga muy segura–. A lo lejos, se apreciaba algo parecido a un furgón, situado justo enfrente del ayuntamiento. Nos acercamos y no di crédito a lo que estaba viendo: un camión muy grande convertido en un escenario espectacular. Había muchas luces de colores moviéndose de un lado para otro y en determinados momentos salían nubes de humo que variaban de posición. Esquivamos a la gente para poder llegar al centro de la plaza, perfectamente decorada con los banderines tradicionales. Me llamó la atención alguien: un chico que me impedía ver a una de las bailarinas.
Mi amiga y yo estábamos encantadas gracias al ambiente de las fiestas que se hacía notar. Los grupos de peñas con sus distinguidas camisetas bailaban sin cesar. La gente mayor se marcaba de una forma magistral los pasodobles, generosamente tocados por la orquesta. Me sorprendió las acrobacias del cantante sobre la farola, también su habilidad para cantar y bailar.
Poco después, la orquesta anunció el habitual descanso. En ese momento mi amiga saludó a un conocido. Nos presentó. Conversamos sobre cómo nos habíamos dejado caer por Cantalpino, puesto que ninguno de nosotros éramos de ahí. Él estaba con un grupo de amigos y amigas entre los que estaba el chico alto, que sí que era de Cantalpino. Nos invitaron a ir de peñas y nosotras no dudamos en acompañarles.
Había una peña situada en una calle muy larga (o eso me parecía). Allí, había gente tomando la bebida en vasos de plástico. Algunos chavales estaban de pies y otros, ya cansados, sentados en el suelo. Nos hicimos un hueco y todos pidieron su bebida. Todavía no había elegido lo que me apetecía cuando el chico alto me trajo justo lo que me gustaba, por lo que me llevé una grata sorpresa. Mantuvimos conversación bastante rato fuera de la peña (la temperatura era bastante agradable). Seguimos hablando durante el camino de vuelta a la plaza. Me di cuenta que había mucha gente del pueblo pero también forasteros aficionados a las fiestas taurinas.
Estaba pasando una noche estupenda. Los chicos y chicas con los que estábamos eran todos muy buenas personas. La verdad, no teníamos preocupación por irnos.
Continuamos la fiesta en un bar, cerca de la plaza. El camarero era muy simpático, repartía “copas” con una habilidad espectacular y parecía que conocía muy bien al grupo. Por un momento perdí la noción del tiempo (las horas pasaban rápidamente entre risas y confidencias).
Ya de madrugada anunciamos nuestra retirada y a las tres definitivamente, nos despedimos del grupo. –¡Quédate! –dijo el chico alto–. Entonces, entendí la preocupación de los padres de mi amiga. –¡Nos tenemos que ir! –respondí–. –Te doy mi número de móvil… –insistía–. Lo tiene mi amiga, ya se lo pediré yo a ella –le dije–. No se quedaba muy conforme, así que anotó mi número de móvil; mientras tanto, yo le observaba por última vez.
Esa noche, ni supe que el chico alto quería salir conmigo para conocernos mejor ni que aceptaría su invitación ni que me enamoraría ni que me casaría con él. Por último, nunca imaginé que Cantalpino sería mi nuevo hogar.
Verónica Serrano Puertas
Primer clasificado del “I Concurso de Historias y Anécdotas de Cantalpino”