Paseando por Cantalpino
Viernes 17 de mayo, un día como otro cualquiera de primavera en Cantalpino donde el sol calienta un poco más de lo que es habitual en esta estación.
Me dispongo a calzarme mis deportivas y salgo a la calle para dar un paseo por las afueras del pueblo y disfrutar de los paisajes que esta época del año nos regala. Nada más salir oigo el griterío de los niños que salen al patio del colegio y en mi cabeza me surge un pensamiento, ojala nunca dejemos de oír esas risas recorriendo cada rincón de nuestra villa. Salgo al camino y, mientras mis pies avanzan y me van alejando de la urbe, pienso en las veces en que nuestros abuelos y padres habrán recorrido este camino en sus carros, arrastrados por mulas o burros, donde llevaban los frutos de la tierra que les servía de sustento durante todo el año. A medida que avanzo una mariposa aletea sus alas naranjas a mi alrededor, levanto mis ojos y miro la diversidad de verdes que el campo nos regala estos días, unos más claros, otros más intensos y otros casi amarillos. Verde esperanza, la que tienen todos los labradores de nuestro querido pueblo para que este año la cosecha les traiga un buen año de bonanza y pueden seguir viviendo de esa tierra que hace años sus padres también cultivaban. Pero un color discordante aparece a lo lejos, se entremezcla en el paisaje el color marrón de las tierras que este año se han quedado en barbecho para que, como todos nosotros en algún momento de nuestra vida, puedan descansar para que el próximo año vuelvan con más fuerza a dar frutos. Vuelvo a levantar la vista y a lo lejos se ve bien erguida la torre de la iglesia, y mientras la miro me percato del silencio que me acompaña durante todo el recorrido, silencio que me deja oír el viento que mece las espigas de cebada, que me permite escuchar los cantos de los pájaros que vuelan libres por el campo, silencio que de repente se interrumpe por el vuelo de una perdiz que sale de las tierras, asustada por el ruido que las suelas de mis pies hacen al tocar la arena.
Y paso tras paso vuelvo otra vez al punto de origen, a nuestro querido Cantalpino.