Ser grande no es cuestión de tamaño, si no actitud

Observo impaciente como las agujas del reloj avanzan lentamente mientras mi subconsciente se ha trasladado hace un buen rato a sus ansiadas vacaciones.

El calendario marca el día esperado por todos los estudiantes españoles, 20 de junio. Apenas quedan un par de minutos para que suene la odiosa campana de la cual me olvidaré durante tres meses, en los que, espero, al menos, alejarme de la rutina que ha sido mi fiel compañera durante todo el curso.

Me mantengo firme y espero con la poca paciencia que me queda el sonido del fin de las clases por este año. Al fin sucede, mis ojos se llenan de la luz que el sol de junio me ofrece por la ventana y salgo de allí.

No puedo pensar en otra cosa que no sean las vacaciones que me esperan a partir de este instante, pues una parte de mí no termina de creerse que este momento por fin haya llegado, hoy puedo decir finalmente que comienza mi verano en el pueblo.

Y es que ¿Quién no sueña durante todo el año con las vacaciones en el pueblo? ¿acaso hay algo más satisfactorio que eso? Si es así, no lo se, ni quiero saberlo, para mi y para muchas personas como yo no hay nada más mágico y completo que un verano en el pueblo, para los desafortunados que no tenéis el privilegio que supone tener un pueblo o disfrutar de él dejadme que os cuente lo que supone un verano en un pequeño paraíso como mi pueblo:

Amanece, los rayos de sol empiezan a colarse por las rendijas de las persianas entreabiertas, los gallos empiezan a emitir sus primeros cantos, los agricultores y demás trabajadores empiezan a faenar y tú, tú acabas de llegar a casa de cualquiera de la innumerables fiestas que se celebran en los pueblos de alrededor del tuyo, si, da igual que sean las 7 de la mañana, las fiestas de los pueblos son tan completas que pueden ser bien entradas las dos de la tarde y tú aun puedes no haber aparecido por casa y permanecer en el bar con una caña y una tapita y sin ninguna intención de retirarte.

Por no hablar de las interminables noches en el parque, la plaza o la calleja del pueblo, con un par de bolsas de pipas y todos los colegas en corro, un par de anécdotas que contar y sobretodo muchas ganas de pasarlo bien y estar juntos.

También hay que destacar los partidos en los que los de tu pueblo se enfrentan con el eterno rival, el pueblo de al lado; llegado este momento todo el pueblo se concentra en el pabellón para animar a sus paisanos y dejar claro a los  del equipo contrario quien manda en la comarca.

Las innumerables tardes en la piscina tostándote al sol para lucir un moreno que ni yendo a la playa conseguirías…

Tras pasar gran parte del verano disfrutando de todas las “actividades” anteriores llega el momento más esperando del año: las fiesta del pueblo, pero no las del pueblo de al lado, las del tuyo, esas que para ti son las mejores y que para los demás, aunque se nieguen intentas que lo sean.

Te huele a fiesta, a peñas, a ambiente, a marcha, a ganas, ganas de divertirte, de celebrar, de olvidar, de recordar, de reencuentros, de música, de baile, de alcohol, de ritmo, de amigos, pero sobretodo, de ver a tu pueblo engalanado con su banderines de colores vistiendo la plaza del ayuntamiento y las calles colindantes a este.

Cuando ese momento llega, comienzan las celebraciones que van, desde el popular concurso de tortillas de patata, como no podía ser de otra manera, puesto que en nuestro pueblo es el producto por excelencia. Y, ahora bien, si algunos teníais duda, se habrán disipado por completo, si señores, nuestro pueblo es Cantalpino, tierra de patatas y de burros, por nosotros sus habitantes que tenemos fama de ser unos zopencos, pero ni cortos ni perezosos presumimos de ello como que tenemos la mayor de las virtudes, si, somos burros ¿y qué? Orgullosos como los que más estamos de serlo; pesando por el popular desfile de peñas en el que cada cual está más ridículo que el anterior con sus disfraces, los cuales muchas veces son más difíciles de descifrar que un cubo de rubik; hasta las alboradas y encierros populares de por las mañanas.

Otra de las cosas que son muy comunes en nuestro pueblo en las fiestas son los forasteros, si, esos que vienen al pueblo una vez al año para el día grande y que se plantan en la plaza con sus mejores galas con las cuales cualquiera al verlos pensaría que están recién salidos de una ceremonia, mientras que tú estás hecho un zaleo con el peto de la peña el cual hace 7 años que te compraste y ya casi parece un pantalón pirata, pero oye, que calentito y cómodo es un rato.

Estos forasteros además de presumidos son  incapaces de seguirnos el ritmo bebiendo, está comprobado que no pueden, lo intentan, pero su frágil y débil hígado les pasará factura por la mañana, mañana en la cual nosotros estaremos bailando y cantando acompañando a la charanga por las calles del pueblo en las típicas alboradas.

Las alboradas, que gran invento, ese momento en el que ya hace un rato que ha salido el sol, de lo cual no te has dado ni cuenta por que estabas metido en la discoteca dandolo todo y más de lo que has dado en la verbena hace tan solo unas horas; pues como decía, las alboradas son un momento mágico que te transporta desde la puerta del ayuntamiento, pasando por las principales calles del pueblo y parando en el parque para cantar y bailar el tradicional “Perdona a ti pueblo, Señor” en el que los cantalpineses pedimos perdón por el desfase que vamos a protagonizar los próximos días y del cual por supuesto no nos arrepentimos, también despertando a esos forasteros que no nos aguantaron el ritmo anoche y se fueron antes de que terminase la orquesta a dormir la mona, hasta las inmediaciones de la plaza de toros para esperar los tradicionales encierros, ésta termina en el lugar en el empezó acompañada por los mas valientes y fiesteros del pueblo.

Los encierros, ese recorrido entre talanqueras que hacen alguno mozos valientes y un poco alcoholizados delante de un toro que para alguien ajeno al pueblo puede parecer un intento barato de plagio a los Sanfermines pero que para los que somos de aquí es algo imprescindible en las fiestas que más que a ver el arte de los corredores a los que vamos es a echarnos una risas, y para que engañarnos, a seguir bebiendo, que las fiestas acaban de empezar y el cuerpo aguanta todo lo que le eches, que no se diga que los de Cantalpino somos unos flojos.

Al terminar el encierro algunos dan por concluido el primer día de fiesta, pero muchos valientes ponen rumbo a los bares a acabar con todos los pinchos que haya en la barra, y por qué no, en la cocina también, y es que salir de fiesta está muy bien pero también hay que reponer energía y que mejor para eso que un bien pincho de tortilla, y si no hay tortilla una ensaladilla y si no hay jamón pues como un chuletón…

Después de hartarte a pinchos y a cañas en el bar y tras 4 o 5 llamadas perdidas de tu madre pidiéndote que te dignes a aparecer por casa para comer en familia, te vas, pero no a comer, que eso es lo que llevas haciendo toda la mañana, sino a soportar las preguntas de tus tíos y demás familia sobre cómo se dio la noche ayer, aunque claro, viendo a la hora a la que has llegado se deduce que estuvo bien, mientras tu primo y tú os miráis sin saber quién está más jodido de los dos, pasada una larga hora te levantas de la mesa dirección a la cama, pero eso si, poniendo la alarma para levantarse a los toros.

Duermes un par de horitas y como una rosa tú y todos los de tu peña os dirigís con nevera en mano y un bien cargamento de pipas hacía la plaza de toros, aún no han matado el primero todo de la tarde y tú ya llevas un par de cubatas, pero es que por mucho arte que se considere que tienen estos acontecimientos, los peñistas en los pueblos vamos a la plaza de toros a continuar la fiesta por donde la dejamos a mediodía en el bar.

Una vez terminada la tarde de toros otro ratito a casa para cenar y asearse y vuelta a empezar con una nueva jornada de jolgorio garantizado a cargo de los cantalpineses que derrochamos salero y alegría.

Y con esto durante 4 días que se hacen muy cortos completamos nuestras fiestas esperando con ganas las del próximo años, por que digan lo que digan, como las fiesta de nuestro pueblo ninguna, y es que ser grande no es cuestión de tamaño, si no de actitud.

Yolanda Fiallegas Morales

 

 

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