Sebastián Piñuela, el cantalpinés que fue mano derecha de Carlos III y ministro de Justicia durante la Invasión Francesa
Lidia Sierra Ausín
Nacido en Cantalpino en el siglo XVIII llegó a las más altas instancias de Palacio y fue relevante en las negociaciones con Napoleón que desembocaron en la Guerra de la Independencia (1808-1812)
La historia de Cantalpino, como la de otras muchas localidades, la escriben sus vecinos y moradores. Algunos de ellos ilustres por sus vidas y dedicaciones. Sor Eusebia Palomino es sin lugar a dudas la vecina más reconocida en su pueblo natal, y en buena parte de la comunidad salesiana nacional e internacional, pero pocos conocen la historia de un cantalpinés que en el siglo XVIII nació y creció en Cantalpino para después llegar a espacios tan destacados como la corte del mismísimo Carlos III y el despacho del hermano de Napoleón, José I, durante la invasión francesa.
La historia de Cantalpino también ha de tener en cuenta a un nombre de gran reconocimiento durante la época de la Ilustración
española. Una de las que más ha marcado al país. En ella tuvo un papel de suma importancia Sebastián Piñuela y Alonso, nacido en Cantalpino el 20 de marzo de 1737, tal y como se recoge en los informes consultados de la Real Academia de Historia de España.
Al parecer, el que llegaría a ser secretario del Despacho de Justicia con José I, procedía de una notable familia de regidores de
Salamanca. Sin ir más lejos, su padre, Bernardo Piñuela Martín, consta en las citadas actas consultadas como “regidor, procurador y alcalde noble de Cantelpino”- Como así se denominaba aún al pueblo durante este siglo y épocas anteriores de la historia.
Todo apunta a que Sebastián nació en una de las casas más nobles de Cantalpino, ubicadas en el entorno cercano a la actual Plaza España donde se ubicaría la casa consistorial de la época y el despacho de su padre, don Bernardo (jurista y alcalde de la villa). Allí nació, en el seno de una acomodada familia que en aquel momento dirigía las vidas de buena parte de los moradores de la villa; principalmente, familias dedicadas al mundo de la agricultura y la ganadería, y de humildes recursos.
El Cantalpino de 1737
El Cantalpino de 1737 era un reflejo de la España de la época. Un país en el que reinaba el Borbón Fernando VI, en el que aún existía la pervivencia del Antiguo Régimen, con un claro modelo social caracterizado por una sociedad estamental con la pervivencia del señorío y del gremio, además del clero, muy presente en todas las poblaciones.
Según los datos consultados del Catastro de Ensenada de elaborado en el pueblo en enero de 1752 por orden real, Cantalpino era una villa compuesta por 263 vecinos, con 275 casas habitables, y espacios destacables como “casas consistoriales, un pequeño mesón y un hospital para enfermos y pobres cercano a la Iglesia”. Del global de vecinos, el famoso catastro del siglo XVIII pone de manifiesto que había 55 labradores y 100 jornaleros, además de viudas, 16 pobres de solemnidad y cuatro eclesiásticos, además de profesionales como zapateros, tejedores y carpinteros.
Sin embargo, hay que pensar que en ese momento, las poblaciones rurales nada tienen que ver con las actuales. Sin ir más lejos, los datos del citado catastro elaborado por el Marqués de Ensenada nos muestran cómo la vecina Cantalapiedra contaba con 356 vecinos censados y el Señorío de Peñaranda de Bracamonte con 704.
Y es en ese escenario, una pequeña población rural de unos 200 vecinos, en la que pasa los primeros años de su vida el que con el tiempo se convertiría en unos de los hombres de confianza de Carlos III, y el hombre que sería enviado nada más y nada menos que a entrevistarse con Napoleón poco antes de la Guerra de la Independencia.
El destino de un cantalpinés que fue la mano derecha de Carlos III
El primer nombramiento del ilustre cantalpinés se produjo el 18 de noviembre de 1754 como oficial de la Contaduría Principal de Rentas Provinciales. De este cargo pasó a ocupar varios cargos de importancia en la Secretaría del Despacho de Gracia y Justicia, hasta que en 1785 se encarga de la oficialía mayor primera de la Secretaría del Despacho de Gracia y Justicia.
Atrás queda su vida en Cantalpino para trasladarse a la capital del reino, Madrid, donde contrajo matrimonio el 14 de junio de 1760 con Josefa Crespo iniciando una carrera de éxitos personales y profesionales que le llevaron en junio de 1783 a ser poseedor de la Orden de Caballero de Carlos III.
Con 46 años, y tres años antes de la muerte del famoso monarca, el cantalpinés se convierte en la mano derecha del rey pudiendo rubricar órdenes reales, y siendo parte de la historia de un monarca que -entre muchas proezas- levantó los primeros hospitales públicos, puso en marcha un servicio de alumbrado y recogida de basura, además de fomentar el uso de adoquines y, una buena red de alcantarillado en todo el país, además de en Madrid.
No sabemos si nuestro ilustre vecino tendría algo que ver en la puesta en marcha de algunos de los icónicos monumentos de Madrid, creados en aquellos años, como la Fuente de Cibeles, la de Neptuno, la Puerta de Alcalá, la fuente de la Alcachofa, o la construcción del jardín botánico y el edificio del Museo del Prado.
Negociador con Napoleón y ministro de Justicia
La confianza con Palacio, alzaron a Piñuela hasta las más altas confianzas reales siendo nombrado secretario de la Cámara con una concesión, además, de manera extraordinaria, de contar con voto en las reuniones de la Cámara Real. Una rarísima concesión, siendo según los datos consultados el primer caso constatado durante todo el siglo XVIII.
Tras la muerte de Carlos III en el Palacio Real de Madrid, en diciembre de 1788, Piñuela formó parte del Consejo Real de Carlos IV con importantes encomiendas como la que llevó al ilustre salmantino hasta Bayona, acompañado del monarca, para negociar con el mismísimo Napoleón Bonaparte una solución al acoso francés que dio lugar a la invasión francesa en 1808.
Todo apunta a que el cantalpinés acompañó hasta la localidad francesa de Bayona al rey Carlos IV, y a su familia, y formó parte de los acontecimientos que precipitaron la Invasión Francesa. La documentación de la época consultada dan cuenta de sus informes como su más que probable presencia en los tratados de las abdicaciones de Bayona que tuvieron lugar el 5 y 6 de mayo de 1808 en la ciudad francesa, y que supusieron la renuncia obligada tanto de Carlos IV, como de su hijo Fernando VII en favor de Napoleón.
La irrupción del ejército Napoleónico colocó a los franceses al mando del país dando lugar a una nueva e insegura configuración política, que colocó a un nuevo rey en España; el propio hermano de Napoleón, José I, apodado “el intruso” por buena parte del país.
El buen hacer del salmantino, hizo que hasta los napoleónicos confiaran en Sebastián Piñuela, colocando a éste en mayo de 1808 al frente del Ministerio de Justicia. Un cargo en el que permaneció apenas unos meses, aunque un año después, fuera nombrado consejero del Consejo de Estado josefino y recibiera la Orden de caballero de la Orden de España, del que fue nombrado comendador el 22 de diciembre de 1809. Murió tres años después, con 75 años, no se sabe si en la ciudad de Valencia o en Madrid.
Unido a su pueblo: el retablo de San Sebastián
Pese a lo que pudiera parecer, ninguno de los importantes cargos que sumó a lo largo de su prolífica trayectoria política, hicieron que olvidase a su pueblo y sus años de vida en la villa salmantina. Así se lo reconoció con un grato presente.
Así lo atestigua que uno de los retablos más venerados hoy en día por cantalpineses y visitantes fuese donado por el propio Piñuela a finales del siglo XVIII. Concretamente, el que venera la imagen del Santo con el que comparte nombre: San Sebastián, y que tras ser levantado con las pilastras y capiteles compuestos del estilo neoclásico, partió desde Roma en el año 1786 hasta la iglesia de Cantalpino, donde aún permanece.
Ese ‘Martirio de San Sebastián’ fue el regalo de este ilustre vecino a su pueblo y a los feligreses de la parroquia. Un presente que aún puede visitarse en la iglesia de San Pedro Apóstol, declarada Bien de Interés Cultural, y una de las joyas arquitectónicas de la comarca de Las Guareñas.